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San Ignacio de Loyola, “buscar y hallar la voluntad de Dios”

 
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31/07/2024 – En el día de San Ignacio de Loyola recordamos como la voz de Jesús toma el corazón de Ignacio y va produciendo en él profundos cambios; comienzan a haber dentro suyo pensamientos diversos a partir de que se detuvo a pensar. Y entre sus pensamientos, Ignacio discierne si las cosas son de Dios o no son de Dios, para quedarse con las primeras y desechar las segundas.

Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.” San Mateo 13,44-46

Es bueno que nos detengamos para descubrir ahí, donde Dios habla dentro , y discernir qué es lo que le pertenece a Él y que es lo que viene de tu naturaleza desordenada, del espíritu del mundo o de la fuerza del mal que intenta sacarnos del camino del Señor.

Dice San Pablo en Romanos, capítulo 7 versículos 14 al 19: “Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quién hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”.

Cuando Ignacio recibe una bala de un cañón en una de sus piernas, sufre una grave caída en la honra propia. Ya en la cama y al buscar libros de caballería en su casa, se da cuenta que no tiene ninguno y sólo encuentra una “Vida de Cristo” y también la vida de algunos santos. Esto lectura de pasatiempo comienza a despertar en él sentimientos nuevos en su corazón y allí es donde empieza toda una concertación dentro suyo. Ignacio, ahora, comienza a razonar consigo mismo. “El tiempo que lleva este encuentro consigo mismo de la razón de lo que va pasando, a Ignacio lo acompaña desde junio de 1521 a febrero de 1522. Ignacio consumió este tiempo retirado en la estancia alta de la Casa Torre de los Loyola. Ahí fue amansando al filo de las semanas el dolor físico, la lectura reposada, el silencio y la reflexión pausada. El rebrotar de viejas aspiraciones y sueños imposibles, juntamente con la preocupación por el futuro. Todo confluía en un profundo balance de la vida”. (1) En Ignacio (o “Iñigo”, tal como se lo conoce en lengua vasca) florece la idea de que ha llegado el tiempo de una cosecha en la que debe separar lo que sirve de lo que no sirve: “Eso lo lleva a regresiones de infancia lejana, facilitada ahora por los cuidados casi maternos de doña Magdalena que gobierna en parte aquella casa. El paisaje es un estado de alma de Ignacio. El alma de Iñigo empezaba a cambiar aunque sea un poco. En esa regresión suave e imperceptible, poblada de sentidos y de espíritu, fueron despertando parcelas dormidas de su ser. Fue entrando por la mordiente del dolor.

Rescata la infancia a esta hora de su vida, desteje la tela que ha ido como tejiendo a lo largo de todo este tiempo, pero a los nudos que encuentra no los corta sino que los va desenredando, los va destejiendo, hasta encontrarse con la verdad del sí mismo. No es un hombre resentido ni un agriado escéptico, no renuncia a vivir, más aún, conserva prodigiosamente intacta su capacidad de ser realmente un soñador de aspiraciones grandes, un convaleciente en quién la salud renace en la esperanza allí, porque estaban dormidas las expectaciones más grandes que había en su vida.

Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tan poseído su corazón que se estaba luego embebiendo en pensar en ella dos, tres y cuatro horas casi sin sentido. Soñaba él con una dulcinea a la cuál debía prestarle servicios, casi como una propia historia de caballería que surge del deseo no cumplido de encontrarlo en el libro que no llegaba a sus manos”. (2) Algunos intérpretes de su vida dicen que esta “dulcinea” podría haber sido una persona de carne y hueso con las cuáles él se vinculó en su vida; otros dicen que puede haber sido una proyección de la madre que no tenía y el deseo de servir allí. Hay quienes también interpretan que era el anticipo de su vínculo con la Virgen María, que religiosamente y de manera popular él tanto le prestaba honra dentro de su frágil fe vivida hasta entonces.

Lo que sí es cierto es que en lo concreto, mientras permanecía en cama, todo esto solo era un ensueño de servir, de honrar y darle todo lo mejor de sí a esta “dulcinea”. Mientras, Ignacio descubre otro gran sentimiento en su corazón. Es que hay un secreto que está por develarse y por eso razona en la ambivalencia y la dualidad que se le plantea entre vivir en Cristo o vivir en el espíritu del mundo y del pecado. Como dice San Pablo, Ignacio está dividido interiormente. Cuando descubre esto prácticamente está dando origen a los ejercicios espirituales y al discernimiento de espíritus.

Tanto la lectura, la reflexión o el detenerse sobre sí mismo le muestran a Ignacio de Loyola que hay fragmentos de todo su ser que están desparramados: el mismo dice que por dentro siente que es dos personas distintas. “Por eso Ignacio, más que leer y pensar, desciende a sí mismo”; (3) todas sus reflexiones, su pensamiento, todo lo que lee, lo pone en contacto con lo más hondo de su propia realidad, la misma que por mucho tiempo ignoró y que a partir del dolor y del sufrimiento, comienzan a revelarse. Es aquí donde se dan las dos realidades: por un lado, aquel sueño embelezado con la dulcinea fantasiosa que gana su corazón, casi como haciendo un libro de caballería propia, y por otro lado, aquella realidad que le despierta la lectura de la vida de los santos donde él se pregunta: “´¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo San Francisco y esto que hizo Santo Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía le parecía hallar en sí la felicidad ponerlas en obra, dicen sus biógrafos. Más todo su discurso era decir consigo: ´Santo Domingo hizo esto, pues yo lo tengo que hacer, San Francisco hizo esto, pues yo lo tengo que hacer. Es un párrafo admirable para detectar la ´semántica del deseode que habla Paúl Ricoeur, hasta en esa gradación entre el ´si yo hiciese y el ´yo lo tengo que hacer`”. (4) Es como cuando nos pasa algo y decimos por un lado “¡qué bueno sería!”, y por el otro expresamos “a esto hay que hacerlo”. Es la determinada determinación de la que habla Santa Teresa de Jesús para los que se deciden a seguir a Cristo. Es la voluntad firme que gana el corazón, por gracia de Dios, ya no como una fantasía o como una posibilidad, sino como una decisión y una determinación, que se traduce en gestos penitenciales y en un reordenamiento de la vida.

En el caso de Ignacio, su vida estaba realmente muy desorganizada. Él tiene un pensamiento y otro, a veces enfrentados dentro de sí mismo, o tiene varios pensamientos, múltiples, diversos, fraccionando el propio corazón. Lo decía Juan Bautista de Ávila de una manera hermosa en el tiempo de Ignacio: “´Decidme quién soy mi Dios, porque siendo uno en el ser, al pecar y al proponer, he pensado que soy dos, porque andáis alma mía vos, tan otra en el corazón, de vos misma en la ocasión, que en un mismo instante creo que anda en un alma el deseo y en otra la ejecución`.

Ignacio en realidad no se extraña de esta diatriba agónica entre el quiero y hago tan irrefutablemente descripta por Pablo o de ese avasallamiento intermitente entre dos deseos contrarios que lo agotaban hasta el cansancio, dice él. Pero en un golpe maestro de la fenomenología, si le maravillaba algo en la anatomía finísima de su deseo proyectivo era enfrentar justamente estas dos realidades en algún lugar que las pudiera interpretar. Los sueños mundanos que deleitaba mientras de ellos alimentaba su espíritu, cuando después de cansado los abandonaba lo dejaban seco y descontento.

En cambio, sus toscas ensoñaciones miméticas de la santidad como ir a Jerusalén descalzo, no comer sino hierbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho a los santos, le consolaban mientras en ellos vagaba, y luego de olvidados quedaba contento y alegre. A la alternancia seductora de ideales seguía una alternancia en los estados de ánimo cuya diferencia sutil no reparó Ignacio hasta que una vez se le abrieron un poco los ojos y comenzó a maravillarse de esta diversidad.

Qué sugerente frase en su concisa concreción, abrir los ojos ante el fluir de su ánimo y registrar la distinta resonancia de las antagónicas llamadas. Dejarse ganar por el sorprendente hallazgo de los ecos distintos que procedían del pozo de su ser. De la curiosidad y admiración nació la ciencia de la naturaleza y de los mismos padres procede la espeleología del espíritu”. (5) ¿Qué hace Ignacio ante esto? “Se da cuenta que estos dos modos de ser son impulsados por dos espíritus que son antagónicos dentro de sí. De unos pensamientos queda triste y de otros alegre. Al margen de las consecuencias del episodio aprendió de modo indeleble una lección, conoció la diversidad de espíritus que lo agitaban”. (6)

En el fondo comienzan un proceso de recuperación, ya no solamente de su rodilla, de la descoyuntura de sus huesos y de su moralidad, sino del sentido más profundo de su vida. “Ignacio ha vencido ya el vacío existencial, asume lúcidamente su pasado con valoración crítica, comienza a reordenar y seleccionar sus aspiraciones, un deseo desplaza a otro y acaba relegándolo a la categoría de mero pensamiento, Iñigo los contrapone mutuamente y ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía. Sólo se le iba olvidando perdiendo perfil y fuerza hasta que ocurrió lo imprevisto pero deseado, un robustecimiento interior que él llama ´visitación” . (7) Algo similar le ocurre a Santa Teresita de Lisieux, quien vive una experiencia parecida después de que la Virgen de la Sonrisa la saca de aquel lugar de oscuridad en la que se encontraba casi como muerta. “A partir de allí, yo que era toda una niñería, comencé a descubrir que era una gigante”, llega a decir Teresita. Así también relata Tellechea Idigoras sobre San Ignacio: “después de esta visita recibe este don de robustecimiento interior que él llama ´visitación y que lo describe años después con seguridad y firmeza y con la misma naturalidad con la que puede hablar de su viaje a Flandes. Es imposible suplantar el relato y el razonamiento anejo, dice él: estando una noche despierto vi claramente una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño Jesús cuya vista, por espacio notable, recibo consolación muy excesiva, y quedo con tanto asco de toda la vida pasada y especialmente de cosas de carne, le parecía haberle quitado del ánima todas las especies que antes tenía en el pintadas. Así, desde aquella hora, hasta el agosto del 1553, que esto escribe, nunca más tuvo un mínimo consenso en cosa de carne y por este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios aunque él no osaba determinarlo ni decía más que afirmar lo sucedido”. (8) Este es un relato muy claro del excelente discernimiento que hace Ignacio. La presencia del Señor y de la Virgen lo visitan regalándole este don de superar las dificultades propias de la carne teniendo asco, a partir de entonces, de todo aquello desordenado con lo cuál había convivido durante tanto tiempo. Es decir, ingresa en el proceso de ir seleccionando entre cosa de Dios y lo que no es de Dios, comienza a quedarse con lo primero y desecha lo segundo, no como un ejercicio mental sino como una apuesta vital. San Ignacio de Loyola recibe una gracia particular con la que Dios lo asiste para que nunca más tenga inclinación por las cosas de la carne, al decir de San Pablo.
Citas:

1- J. IGNACIO TELLECHEA IDIGORAS – Ignacio de Loyola, solo y a pie (Quinta Edición) – Ediciones Sígueme – Salamanca, 1994 – pág. 103-104.
2- Ib. pág. 104-106.
3- Ib. pág. 107.
4- Ib. pág. 108.
5- Ib. pág. 109-110.
6- Ib. pág. 110.
7- Ib. pág. 112.
8- Ib. pág. 112.

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Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.” San Mateo 13,44-46

Es bueno que nos detengamos para descubrir ahí, donde Dios habla dentro , y discernir qué es lo que le pertenece a Él y que es lo que viene de tu naturaleza desordenada, del espíritu del mundo o de la fuerza del mal que intenta sacarnos del camino del Señor.

Dice San Pablo en Romanos, capítulo 7 versículos 14 al 19: “Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quién hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”.

Cuando Ignacio recibe una bala de un cañón en una de sus piernas, sufre una grave caída en la honra propia. Ya en la cama y al buscar libros de caballería en su casa, se da cuenta que no tiene ninguno y sólo encuentra una “Vida de Cristo” y también la vida de algunos santos. Esto lectura de pasatiempo comienza a despertar en él sentimientos nuevos en su corazón y allí es donde empieza toda una concertación dentro suyo. Ignacio, ahora, comienza a razonar consigo mismo. “El tiempo que lleva este encuentro consigo mismo de la razón de lo que va pasando, a Ignacio lo acompaña desde junio de 1521 a febrero de 1522. Ignacio consumió este tiempo retirado en la estancia alta de la Casa Torre de los Loyola. Ahí fue amansando al filo de las semanas el dolor físico, la lectura reposada, el silencio y la reflexión pausada. El rebrotar de viejas aspiraciones y sueños imposibles, juntamente con la preocupación por el futuro. Todo confluía en un profundo balance de la vida”. (1) En Ignacio (o “Iñigo”, tal como se lo conoce en lengua vasca) florece la idea de que ha llegado el tiempo de una cosecha en la que debe separar lo que sirve de lo que no sirve: “Eso lo lleva a regresiones de infancia lejana, facilitada ahora por los cuidados casi maternos de doña Magdalena que gobierna en parte aquella casa. El paisaje es un estado de alma de Ignacio. El alma de Iñigo empezaba a cambiar aunque sea un poco. En esa regresión suave e imperceptible, poblada de sentidos y de espíritu, fueron despertando parcelas dormidas de su ser. Fue entrando por la mordiente del dolor.

Rescata la infancia a esta hora de su vida, desteje la tela que ha ido como tejiendo a lo largo de todo este tiempo, pero a los nudos que encuentra no los corta sino que los va desenredando, los va destejiendo, hasta encontrarse con la verdad del sí mismo. No es un hombre resentido ni un agriado escéptico, no renuncia a vivir, más aún, conserva prodigiosamente intacta su capacidad de ser realmente un soñador de aspiraciones grandes, un convaleciente en quién la salud renace en la esperanza allí, porque estaban dormidas las expectaciones más grandes que había en su vida.

Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tan poseído su corazón que se estaba luego embebiendo en pensar en ella dos, tres y cuatro horas casi sin sentido. Soñaba él con una dulcinea a la cuál debía prestarle servicios, casi como una propia historia de caballería que surge del deseo no cumplido de encontrarlo en el libro que no llegaba a sus manos”. (2) Algunos intérpretes de su vida dicen que esta “dulcinea” podría haber sido una persona de carne y hueso con las cuáles él se vinculó en su vida; otros dicen que puede haber sido una proyección de la madre que no tenía y el deseo de servir allí. Hay quienes también interpretan que era el anticipo de su vínculo con la Virgen María, que religiosamente y de manera popular él tanto le prestaba honra dentro de su frágil fe vivida hasta entonces.

Lo que sí es cierto es que en lo concreto, mientras permanecía en cama, todo esto solo era un ensueño de servir, de honrar y darle todo lo mejor de sí a esta “dulcinea”. Mientras, Ignacio descubre otro gran sentimiento en su corazón. Es que hay un secreto que está por develarse y por eso razona en la ambivalencia y la dualidad que se le plantea entre vivir en Cristo o vivir en el espíritu del mundo y del pecado. Como dice San Pablo, Ignacio está dividido interiormente. Cuando descubre esto prácticamente está dando origen a los ejercicios espirituales y al discernimiento de espíritus.

Tanto la lectura, la reflexión o el detenerse sobre sí mismo le muestran a Ignacio de Loyola que hay fragmentos de todo su ser que están desparramados: el mismo dice que por dentro siente que es dos personas distintas. “Por eso Ignacio, más que leer y pensar, desciende a sí mismo”; (3) todas sus reflexiones, su pensamiento, todo lo que lee, lo pone en contacto con lo más hondo de su propia realidad, la misma que por mucho tiempo ignoró y que a partir del dolor y del sufrimiento, comienzan a revelarse. Es aquí donde se dan las dos realidades: por un lado, aquel sueño embelezado con la dulcinea fantasiosa que gana su corazón, casi como haciendo un libro de caballería propia, y por otro lado, aquella realidad que le despierta la lectura de la vida de los santos donde él se pregunta: “´¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo San Francisco y esto que hizo Santo Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía le parecía hallar en sí la felicidad ponerlas en obra, dicen sus biógrafos. Más todo su discurso era decir consigo: ´Santo Domingo hizo esto, pues yo lo tengo que hacer, San Francisco hizo esto, pues yo lo tengo que hacer. Es un párrafo admirable para detectar la ´semántica del deseode que habla Paúl Ricoeur, hasta en esa gradación entre el ´si yo hiciese y el ´yo lo tengo que hacer`”. (4) Es como cuando nos pasa algo y decimos por un lado “¡qué bueno sería!”, y por el otro expresamos “a esto hay que hacerlo”. Es la determinada determinación de la que habla Santa Teresa de Jesús para los que se deciden a seguir a Cristo. Es la voluntad firme que gana el corazón, por gracia de Dios, ya no como una fantasía o como una posibilidad, sino como una decisión y una determinación, que se traduce en gestos penitenciales y en un reordenamiento de la vida.

En el caso de Ignacio, su vida estaba realmente muy desorganizada. Él tiene un pensamiento y otro, a veces enfrentados dentro de sí mismo, o tiene varios pensamientos, múltiples, diversos, fraccionando el propio corazón. Lo decía Juan Bautista de Ávila de una manera hermosa en el tiempo de Ignacio: “´Decidme quién soy mi Dios, porque siendo uno en el ser, al pecar y al proponer, he pensado que soy dos, porque andáis alma mía vos, tan otra en el corazón, de vos misma en la ocasión, que en un mismo instante creo que anda en un alma el deseo y en otra la ejecución`.

Ignacio en realidad no se extraña de esta diatriba agónica entre el quiero y hago tan irrefutablemente descripta por Pablo o de ese avasallamiento intermitente entre dos deseos contrarios que lo agotaban hasta el cansancio, dice él. Pero en un golpe maestro de la fenomenología, si le maravillaba algo en la anatomía finísima de su deseo proyectivo era enfrentar justamente estas dos realidades en algún lugar que las pudiera interpretar. Los sueños mundanos que deleitaba mientras de ellos alimentaba su espíritu, cuando después de cansado los abandonaba lo dejaban seco y descontento.

En cambio, sus toscas ensoñaciones miméticas de la santidad como ir a Jerusalén descalzo, no comer sino hierbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho a los santos, le consolaban mientras en ellos vagaba, y luego de olvidados quedaba contento y alegre. A la alternancia seductora de ideales seguía una alternancia en los estados de ánimo cuya diferencia sutil no reparó Ignacio hasta que una vez se le abrieron un poco los ojos y comenzó a maravillarse de esta diversidad.

Qué sugerente frase en su concisa concreción, abrir los ojos ante el fluir de su ánimo y registrar la distinta resonancia de las antagónicas llamadas. Dejarse ganar por el sorprendente hallazgo de los ecos distintos que procedían del pozo de su ser. De la curiosidad y admiración nació la ciencia de la naturaleza y de los mismos padres procede la espeleología del espíritu”. (5) ¿Qué hace Ignacio ante esto? “Se da cuenta que estos dos modos de ser son impulsados por dos espíritus que son antagónicos dentro de sí. De unos pensamientos queda triste y de otros alegre. Al margen de las consecuencias del episodio aprendió de modo indeleble una lección, conoció la diversidad de espíritus que lo agitaban”. (6)

En el fondo comienzan un proceso de recuperación, ya no solamente de su rodilla, de la descoyuntura de sus huesos y de su moralidad, sino del sentido más profundo de su vida. “Ignacio ha vencido ya el vacío existencial, asume lúcidamente su pasado con valoración crítica, comienza a reordenar y seleccionar sus aspiraciones, un deseo desplaza a otro y acaba relegándolo a la categoría de mero pensamiento, Iñigo los contrapone mutuamente y ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía. Sólo se le iba olvidando perdiendo perfil y fuerza hasta que ocurrió lo imprevisto pero deseado, un robustecimiento interior que él llama ´visitación” . (7) Algo similar le ocurre a Santa Teresita de Lisieux, quien vive una experiencia parecida después de que la Virgen de la Sonrisa la saca de aquel lugar de oscuridad en la que se encontraba casi como muerta. “A partir de allí, yo que era toda una niñería, comencé a descubrir que era una gigante”, llega a decir Teresita. Así también relata Tellechea Idigoras sobre San Ignacio: “después de esta visita recibe este don de robustecimiento interior que él llama ´visitación y que lo describe años después con seguridad y firmeza y con la misma naturalidad con la que puede hablar de su viaje a Flandes. Es imposible suplantar el relato y el razonamiento anejo, dice él: estando una noche despierto vi claramente una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño Jesús cuya vista, por espacio notable, recibo consolación muy excesiva, y quedo con tanto asco de toda la vida pasada y especialmente de cosas de carne, le parecía haberle quitado del ánima todas las especies que antes tenía en el pintadas. Así, desde aquella hora, hasta el agosto del 1553, que esto escribe, nunca más tuvo un mínimo consenso en cosa de carne y por este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios aunque él no osaba determinarlo ni decía más que afirmar lo sucedido”. (8) Este es un relato muy claro del excelente discernimiento que hace Ignacio. La presencia del Señor y de la Virgen lo visitan regalándole este don de superar las dificultades propias de la carne teniendo asco, a partir de entonces, de todo aquello desordenado con lo cuál había convivido durante tanto tiempo. Es decir, ingresa en el proceso de ir seleccionando entre cosa de Dios y lo que no es de Dios, comienza a quedarse con lo primero y desecha lo segundo, no como un ejercicio mental sino como una apuesta vital. San Ignacio de Loyola recibe una gracia particular con la que Dios lo asiste para que nunca más tenga inclinación por las cosas de la carne, al decir de San Pablo.
Citas:

1- J. IGNACIO TELLECHEA IDIGORAS – Ignacio de Loyola, solo y a pie (Quinta Edición) – Ediciones Sígueme – Salamanca, 1994 – pág. 103-104.
2- Ib. pág. 104-106.
3- Ib. pág. 107.
4- Ib. pág. 108.
5- Ib. pág. 109-110.
6- Ib. pág. 110.
7- Ib. pág. 112.
8- Ib. pág. 112.

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