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En París, tras la huella de la zampoña
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Desde mediados del siglo XX, París fue un faro para la música andina. Ponchos, quenas, zampoñas, bombos y charangos inundaban las plazas y los pasillos de los metros de la capital. Desde toda Sudamérica desembarcó ese folclore junto a las historias de lucha por los derechos y el anhelo de fortalecer la identidad de sus músicos. Durante décadas llegaron a formar parte de la tarjeta postal parisina, sin embargo, tras la pandemia, el gran apogeo de los ritmos de los Andes va cediendo espacio a otros ritmos latinos.
Por Lorena Ankuash Kaekat, estudiante de periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad Politécnica Salesiana de Cuenca, Ecuador, y ganadora del noveno Premio RFI de reportaje radiofónico en español.
En el pintoresco interior del bar restaurante Mouffetard, se encuentra el “búnker latino”. Al compás de guitarras, charangos y tambores, el grupo Alaya celebra el aniversario de dos de sus miembros. Su director, Miguel Puña, es oriundo de Bolivia, donde fue galardonado con el premio Zampoña de Oro y donde fundó el conjunto antes de viajar hace un cuarto siglo a París, al que considera "su hogar".
Junto a él, Rosa Rosales, vicepresidenta de la asociaciónAyllu, dedicada a difundir las culturas andinas en París, comparte una evocadora historia. Rememora que hace años, “el músico peruano Huáscar Amaru producía en París canciones con una interpretación en la lengua quechua, con instrumentos que reflejaban netamente la cultura andina, como los instrumentos de viento y percusión.”
Asimismo, en un café en las afueras de París, nos encontramos con Carlos Quezada, exmiembro del emblemático grupo Quilapayún y figura destacada del folklore chileno. Dice que desde el inicio “la música nuestra fue acogida sin ningún problema en Francia. A la gente le interesó mucho lo que nosotros hacíamos porque a la música tradicional con aire andino o latinoamericano, nosotros le agregábamos un contenido social”
De las calles y los metros a los escenarios europeos
Rosa Rosales señala que la presencia de artistas andinos en metros y plazas ya no se ve con mucha frecuencia. “Yo me paseo, he estado en los metros, voy cotidianamente y no los he visto, tengo la impresión de que ya no es así como ellos trabajan.” Y es ahí donde Miguel Puña nos explica que, efectivamente, ahora buscan nuevos escenarios para llegar al público europeo al mismo tiempo que reconoce la pérdida de popularidad de la música andina en París, atribuida al auge de otros ritmos latinos, como la salsa, y a los desafíos impuestos por la pandemia. “El grupo ya no toca en la calle, dice Puña. Siempre ha estado tratando de buscar los conciertos, tratando de llegar a la gente europea, desgraciadamente esto de la pandemia nos bajó a todos.”
Otro integrante de Alaya es Claudio Chacha, originario de Ecuador. Para él París ya no es el lugar donde se pueda vivir exclusivamente de la música, ya que la popularidad ha disminuido. “Hoy día tienes que tener otro trabajo, admite, independientemente de lo que haya. Porque si no, sin actividad, aquí te mueres de hambre y sobre todo, te deprimes sin hacer nada.”
¿Pero a pesar de todo, cuál es la fuente de su fortaleza y el mensaje que desean transmitir a la ciudad? Para Rosales, el mundo andino sigue mereciendo ser conocido por los franceses. “Comunicar al mundo occidental, a París, que existe otro mundo vibrante. Mostrar cómo el mundo latino manifiesta sus deseos, responde a los problemas sociales y cómo alza su voz. Por ejemplo, agrega, tras los últimos sucesos en Perú donde se ha visto un racismo extremo hacia el hombre andino,” dice Rosa.
A lo largo de este recorrido musical, nos encontramos con una diversidad de artistas y ritmos latinos que al igual que Miguel, Rosa y Carlos, han decidido compartir su identidad asentándose en París. Clara Torres y su esposo, provenientes de Colombia, llegaron hace un año a la capital donde formaron un grupo musical y ofrecen talleres de bullarengue, un ritmo caribeño que despierta el interés de los parisinos. “Quisimos reunirnos, dice Clara, para ejercitarnos en la ejecución de los instrumentos y para dejar también una huella de la música folclórica costeña. Estamos realizando talleres en una asociación y las primeras personas que se inscribieron y se entusiasmaron fueron franceses.”
A pesar de los desafíos actuales, los músicos andinos sostienen que Francia sigue siendo un lugar propicio para disfrutar de la diversidad de los ritmos latinoamericanos. Sigue siendo un faro de esperanza y oportunidades para los músicos latinos porque, como nos decía Carlos Quezada, “Francia es una cultura que se alimenta de otras culturas, y te da cabida para hacer tu música”.
Pueden escuchar este y todos los reportajes relacionados al Premio RFI en español, aquí.
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Desde mediados del siglo XX, París fue un faro para la música andina. Ponchos, quenas, zampoñas, bombos y charangos inundaban las plazas y los pasillos de los metros de la capital. Desde toda Sudamérica desembarcó ese folclore junto a las historias de lucha por los derechos y el anhelo de fortalecer la identidad de sus músicos. Durante décadas llegaron a formar parte de la tarjeta postal parisina, sin embargo, tras la pandemia, el gran apogeo de los ritmos de los Andes va cediendo espacio a otros ritmos latinos.
Por Lorena Ankuash Kaekat, estudiante de periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad Politécnica Salesiana de Cuenca, Ecuador, y ganadora del noveno Premio RFI de reportaje radiofónico en español.
En el pintoresco interior del bar restaurante Mouffetard, se encuentra el “búnker latino”. Al compás de guitarras, charangos y tambores, el grupo Alaya celebra el aniversario de dos de sus miembros. Su director, Miguel Puña, es oriundo de Bolivia, donde fue galardonado con el premio Zampoña de Oro y donde fundó el conjunto antes de viajar hace un cuarto siglo a París, al que considera "su hogar".
Junto a él, Rosa Rosales, vicepresidenta de la asociaciónAyllu, dedicada a difundir las culturas andinas en París, comparte una evocadora historia. Rememora que hace años, “el músico peruano Huáscar Amaru producía en París canciones con una interpretación en la lengua quechua, con instrumentos que reflejaban netamente la cultura andina, como los instrumentos de viento y percusión.”
Asimismo, en un café en las afueras de París, nos encontramos con Carlos Quezada, exmiembro del emblemático grupo Quilapayún y figura destacada del folklore chileno. Dice que desde el inicio “la música nuestra fue acogida sin ningún problema en Francia. A la gente le interesó mucho lo que nosotros hacíamos porque a la música tradicional con aire andino o latinoamericano, nosotros le agregábamos un contenido social”
De las calles y los metros a los escenarios europeos
Rosa Rosales señala que la presencia de artistas andinos en metros y plazas ya no se ve con mucha frecuencia. “Yo me paseo, he estado en los metros, voy cotidianamente y no los he visto, tengo la impresión de que ya no es así como ellos trabajan.” Y es ahí donde Miguel Puña nos explica que, efectivamente, ahora buscan nuevos escenarios para llegar al público europeo al mismo tiempo que reconoce la pérdida de popularidad de la música andina en París, atribuida al auge de otros ritmos latinos, como la salsa, y a los desafíos impuestos por la pandemia. “El grupo ya no toca en la calle, dice Puña. Siempre ha estado tratando de buscar los conciertos, tratando de llegar a la gente europea, desgraciadamente esto de la pandemia nos bajó a todos.”
Otro integrante de Alaya es Claudio Chacha, originario de Ecuador. Para él París ya no es el lugar donde se pueda vivir exclusivamente de la música, ya que la popularidad ha disminuido. “Hoy día tienes que tener otro trabajo, admite, independientemente de lo que haya. Porque si no, sin actividad, aquí te mueres de hambre y sobre todo, te deprimes sin hacer nada.”
¿Pero a pesar de todo, cuál es la fuente de su fortaleza y el mensaje que desean transmitir a la ciudad? Para Rosales, el mundo andino sigue mereciendo ser conocido por los franceses. “Comunicar al mundo occidental, a París, que existe otro mundo vibrante. Mostrar cómo el mundo latino manifiesta sus deseos, responde a los problemas sociales y cómo alza su voz. Por ejemplo, agrega, tras los últimos sucesos en Perú donde se ha visto un racismo extremo hacia el hombre andino,” dice Rosa.
A lo largo de este recorrido musical, nos encontramos con una diversidad de artistas y ritmos latinos que al igual que Miguel, Rosa y Carlos, han decidido compartir su identidad asentándose en París. Clara Torres y su esposo, provenientes de Colombia, llegaron hace un año a la capital donde formaron un grupo musical y ofrecen talleres de bullarengue, un ritmo caribeño que despierta el interés de los parisinos. “Quisimos reunirnos, dice Clara, para ejercitarnos en la ejecución de los instrumentos y para dejar también una huella de la música folclórica costeña. Estamos realizando talleres en una asociación y las primeras personas que se inscribieron y se entusiasmaron fueron franceses.”
A pesar de los desafíos actuales, los músicos andinos sostienen que Francia sigue siendo un lugar propicio para disfrutar de la diversidad de los ritmos latinoamericanos. Sigue siendo un faro de esperanza y oportunidades para los músicos latinos porque, como nos decía Carlos Quezada, “Francia es una cultura que se alimenta de otras culturas, y te da cabida para hacer tu música”.
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